Y se llegó el primer Halloween donde en realidad Samu tenía un poco más de conciencia sobre sí mismo y más poder de decisión, y cuando le pregunté de qué quería disfrazarse me dijo “Mamá, quiero disfrazarme de ciclista y de mariposa”.
¿De mariposa? Pregunté un poco extrañada.
“Si mamá, de mariposa” me respondió muy seguro de ello.
En realidad, los 3 años anteriores no había mucha celebración. El primer año sólo tenía 4 meses, el segundo año lo disfracé de espantapájaros, y el tercero estábamos en plena pandemia, aunque de todas maneras le hice un disfraz de McQueen para que se lo pusiera en la casa. Pero ahora si tenía muy claro sus disfraces y ¿quién era yo para decirle algo?
Sí, ya sé que los disfraces de mariposa son de niña; sí, ya sé que la gente lo va a mirar raro; sí, ya sé que toda la gente me va a decir que se va a volver gay. Y, aunque suene muy increíble sabiendo que sólo tiene 3 años, hubo gente que me lo insinuó.
Dejemos algo claro, los colores no tienen género, los juguetes no tienen género, y los disfraces no tienen género. ¿O una niña no puede ser policía, o bombero, o Dragon Ball? Pues Samu quería ser una mariposa y lo fue, fue un animalito que vuela entre las flores con unas alas llenas de colores.
Y cada vez que alguien le preguntaba por su disfraz respondía orgulloso que era una mariposa. Él escogió los colores de sus alas, los colores de las antenas de su sombrero, y la ropa que se quiso poner con las alas. Y, más importante aún, decidió sobre su cuerpo y su vida, sobre qué quería ser en ese momento, sin importarle lo que el resto del mundo pensara.
Samu, cuando sea grande quiero ser como tú
Samu, cuando sea grande quiero ser como tú, decidido, arriesgado, implacable.