Creí que me iba a pasar como a varias de mis compañeras que, finalizando su licencia de maternidad, querían con ansias locas volver a trabajar, tener tiempo para ellas diferente a estar con su bebé, hablar de nuevo con adultos de cosas de adultos, dejar de cambiar pañales un rato, en fin, recobrar algo de su vida anterior. Y no, definitivamente yo no quería regresar, y nunca logré volver a sentir lo mismo que sentía al ir a trabajar. Prefería comer frío, pero con mi bebé al lado que calientico con otras personas, prefería escuchar balbuceos y ruiditos que miles de palabras en reuniones. Acá lo que sentí esos primeros días:
“No sé cómo lo voy a dejar, no sé de dónde voy a sacar fuerza para alejarme de él.
¿En qué momento cambiaste mi corazón así? ¿Cuándo me convertiste en alguien capaz de dejarlo todo por ti? ¿De cambiar mi estilo de vida por estar contigo todo el tiempo? No me importa no volver a salir a comer, no me importa no pasear, luego tendré tiempo; pero quiero ver cada movimiento que haces, darte tu primera comida y cada comida del día, tu primera palabra, tu primer besito.
Samu, mi chiquito, dame fuerza para tomar la mejor decisión o iluminarme para tomar la mejor decisión posible. Sé que tu abue te va a cuidar bien, pero quiero ser yo”
Y estuve 3 años tomando la decisión, pero nunca es tarde y no me perdí de esos momentos, aunque sí hubiera querido que fueran más.